Es posible que nadie amara a Jesús tanto como María Magdalena. Él había hecho algo por ella que ningún otro habría podido hacer, y ella no lo podía olvidar. La tradición ha dado por seguro que María Magdalena era una pecadora empedernida a la que Jesús reclamó, y perdonó, y purificó. Henry Kingsley escribió un hermoso poema sobre ella. Magdalena a la puerta de Miguel no hacía más que llamar. En un roble cantaba un ruiseñor: «¡Déjala entrar! ¡Déjala entrar!». Miguel dijo: «No traes ninguna ofrenda,
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